El entierro del Conde de Orgaz [detalle], 1586-1588, Iglesia de Santo Tomé 
 
Ningún otro pintor de ascendencia griega comparte el renombre de Doménikos Theotokópoulos, conocido universalmente como «El Greco». Evidentemente clásico e irrefutablemente moderno, su obra visionaria es continuamente redescubierta y revalorizada como paradigma de genialidad, originalidad e innovación.
 
Aunque es a menudo citado como español, e incluso algunos lo consideran un artista español por excelencia, Doménikos Theotokópoulos nació en Creta, donde pasó al menos las dos primeras décadas de su vida y recibió su formación artística original como pintor de iconos. Nunca rechazó sus orígenes, y firmaba sus obras con su nombre completo en griego.
 
Probablemente fue en Italia donde se le empezó a llamar il Greco (el griego), seguramente por la gente que encontraba su largo apellido difícil de recordar o pronunciar. Más tarde, en España, también se le llamaría «el Griego». Sólo a título póstumo se impuso realmente el apelativo de «El Greco». Su carácter ecléctico refleja, en efecto, la pluralidad de su identidad: un artículo español y un adjetivo italiano se utilizan para designar a alguien como «el Griego».
 
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 Izquierda: Dormición de la Virgen, antes de 1567, Iglesia de la Dormición de la Virgen en Ermoupolis, Syros; Derecha: Retrato de un hombre (presunto autorretrato de El Greco), c. 1595-1600, Metropolitan Museum of Art, Nueva York
 
Creta – Los años bizantinos
 
Doménikos Theotokópoulos nació el 1 de octubre de 1541 en el Reino de Candía, es decir, Creta, entonces colonia de la República de Venecia. Debido a sus estrechos lazos con Italia, el corazón del Renacimiento -en una época en la que el resto de Grecia estaba bajo dominio otomano-, Creta se había convertido por entonces en el centro más importante del arte y la cultura posbizantinos. Este periodo suele denominarse «Renacimiento cretense».
 
La escuela cretense de pintura, que se había desarrollado desde el siglo XV, había producido muchos iconógrafos importantes, y el joven Doménikos también seguiría esa tradición, haciéndose un nombre como pintor de iconos y presumiblemente dirigiendo su propio taller a los veinte años (en los documentos de esa época se le llama «maestro»).
 
Los pocos iconos de su mano que se conservan de esta época, como La Dormición de la Virgen, combinan elementos estilísticos e iconográficos posbizantinos e italianos. Esta incorporación de elementos occidentales en los iconos de «estilo griego» es probablemente el rasgo más característico de la escuela cretense, y también puede verse en las obras de muchos otros artistas, como Michael Damaskinós.
 
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 La Adoración de los Magos, 1565-1567, Museo Benaki, Atenas
 
Italia – Un giro hacia el Occidente
 
Dada la estrecha relación de Creta con Venecia en esa época, no es de extrañar que un pintor prometedor, como el joven Doménikos, abandonara el Reino de Candía para dirigirse a la metrópolis italiana, como otros artistas cretenses antes que él. Se desconoce la fecha exacta de su llegada a Venecia, pero se cree que ya vivía allí en 1567. Según el célebre iluminador renacentista Giulio Clovio, Theotokópoulos fue discípulo del gran Tiziano y «un talento poco común». En 1570 se trasladó a Roma, donde también pasó unos años, con su propio taller, antes de marcharse a España.
 
El estilo de Theotokópoulos se transformó como resultado de su aprendizaje italiano, con un estilo europeo occidental que sustituyó al anterior posbizantino. Sus obras muestran la fuerte influencia del estilo renacentista veneciano, especialmente en el uso de colores ricos, que recuerdan a las obras de Tiziano. El uso extendido de la perspectiva y las composiciones con varias figuras también demuestran el fuerte impacto de los grandes maestros, como Miguel Ángel y Rafael.
 
Estos rasgos son evidentes en La Curación del Ciego, un cuadro que realizó en la década de 1570, donde también se pueden identificar elementos del manierismo, especialmente el alargamiento de muchas de las figuras humanas, un rasgo que se convertiría en el atributo más distintivo de su arte. En sus retratos de Giulio Clovio y Vincenzo Anastagi también se pone de manifiesto su extraordinario don como retratista.
 
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La curación del ciego, c. 1570, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York 
 
España – La madurez artística
 
En algún momento de 1576-77 Theotokópoulos se trasladó a la capital española, aparentemente con la esperanza de conseguir el mecenazgo del rey Felipe II, que en ese momento estaba construyendo el majestuoso Monasterio y Sitio de El Escorial. Finalmente se instaló en Toledo, donde permanecería el resto de su vida. En aquella época, la ciudad era considerada la «capital religiosa» de España, ya que la famosa Catedral de Toledo era la sede de la Primacía de la Diócesis.
 
En Toledo, Theotokópoulos comenzó a formar un círculo de amigos y mecenas, entre los que se encontraban los hermanos Luis y Diego de Castilla, clérigos españoles con los que probablemente se había relacionado en Italia. Este último ejercía como deán de la Catedral de Toledo, y contrató al artista para importantes encargos. Entre ellos, el retablo y los dos altares laterales de la iglesia conventual del Monasterio de Santo Domingo el Antiguo -primer gran encargo de Greco- y también el conocido Despojo de Cristo para el Altar Mayor de la Sacristía de la Catedral de Toledo. En estas obras ya se pueden identificar los rasgos que conformarán el estilo característico del pintor.
 
El Greco llegó a conseguir dos encargos de Felipe II a finales de la década de 1570: la Adoración del Nombre de Jesús (también conocida como La Gloria de Felipe II o Alegoría de la Liga Santa, 1577-1579) y El martirio de San Mauricio (1580-1582). Sin embargo, el monarca no quedó satisfecho con ninguno de los dos cuadros, acabando con cualquier esperanza de mecenazgo real para el artista.
 
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Izquierda: El despojo de Cristo (El Expolio), 1577-1579, Sacristía de la Catedral de Toledo; Derecha: El Martirio de San Mauricio, 1580-1582, Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial, Madrid 
 
El pintor permaneció así en Toledo, donde fue muy bien recibido. El erudito clásico Antonio de Covarrubias, el clérigo e historiador Don Pedro de Salazar de Mendoza, el influyente poeta Luis de Góngora y Argote y el predicador y poeta Hortensio Félix Paravicino también formaban parte de su entorno.
 
En Toledo, Theotokópoulos tuvo un hijo, Jorge Manuel Theotocópuli, nacido en 1578. Su madre fue Jerónima de Las Cuevas, compañera del artista, con la que se cree que nunca se casó por razones desconocidas. A partir de 1585 residió en el gran palacio bajomedieval del marqués de Villena, donde también se encontraba su taller.
 
En 1586 obtuvo el encargo de su obra más célebre, El entierro del conde de Orgaz, para la iglesia de Santo Tomé (donde estaba enterrado el conde representado en el cuadro), que obtuvo un reconocimiento y una aclamación inmediatos. En los años siguientes, recibió varios encargos importantes, y su taller creó conjuntos pictóricos y escultóricos para diversas instituciones religiosas.
 
A principios de 1614, Theotokópoulos cayó gravemente enfermo y murió el 7 de abril, a la edad de 73 años. Fue enterrado en la iglesia de Santo Domingo el Antiguo, que también alberga el retablo que fue su primer encargo en Toledo. Su hijo, Jorge Manuel, siguió inicialmente sus pasos, pero más tarde se centró en la arquitectura. En 1625, se convirtió en el Maestro de Obras, escultor y arquitecto de la Catedral de Toledo.
 
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Izquierda: Vista de Toledo, c. 1596-1600, Metropolitan Museum of Art, Nueva York; Derecha: Apertura del Quinto Sello, 1608-1614, Metropolitan Museum of Art, Nueva York
 
Estilo único
 
En un soneto dedicado al Greco después de su muerte, el fray Hortensio Félix Paravicino, amigo íntimo suyo, lo comparó con el legendario pintor helenístico Apeles y escribió que » Creta le dio la vida, y los pinceles/Toledo, mejor patria donde empieza/a lograr con la muerte, eternidades».
 
En efecto, fue en Toledo donde el arte de Theotokópoulos se transformó plenamente en lo que se conoce como el estilo distintivo de El Greco. Su tendencia a alargar la figura humana -de una manera que recuerda a Miguel Ángel, evidenciando la fuerte influencia del manierismo- junto con el uso audaz de colores vibrantes y contrastados -evocando la paleta veneciana- son sin duda las características más llamativas de sus obras. Estos rasgos se llevan al extremo en sus últimas obras, en las que las formas retorcidas y alargadas desafían las leyes de la naturaleza y aparecen casi desmaterializadas, como puede verse en cuadros como la Apertura del Quinto Sello (también conocida como La visión de San Juan o Visión del Apocalipsis, 1608-1614) y Laocoonte (1610-1614).
 
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Laocoonte, 1610-1614, Galería Nacional de Arte, Washington DC 
 
El Greco se distinguió también como un notable retratista, conocido no sólo por la precisión de los rasgos del retratado, sino también por la energía vital de las figuras y por la eficacia en la captación del carácter del sujeto. Entre sus retratos más famosos están el del cardenal Fernando Niño de Guevara (1600) y el de su amigo Fray Félix Hortensio Paravicino (1609). De nuevo en un soneto, inspirado en su propio retrato, Paravicino escribió que la obra del «divino griego» superaba a la naturaleza, y que su propia alma se quedaba perpleja, incapaz de decidir si debía habitar es su propio cuerpo o en el cuadro.
 
El artista nunca renunció a su herencia griega, y solía firmar sus cuadros con su nombre completo en letras griegas, añadiendo a menudo «Κρης» (cretense). Sin embargo, al final, su estilo personal había evolucionado hacia una dirección completamente diferente en comparación con sus primeras obras en Creta. Como escribe el historiador de arte Keith Christiansen, del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, «ningún otro gran artista occidental pasó mentalmente -como lo hizo El Greco- del mundo simbólico plano de los iconos bizantinos a la visión humanista y abarcadora del mundo de la pintura renacentista, y luego a un tipo de arte predominantemente conceptual».
 
Harold Wethey, destacado historiador del arte y estudioso de El Greco, señaló que, aunque el artista era de ascendencia griega y de preparación artística italiana, su profunda inmersión en el ambiente religioso de España le convirtió en «el representante visual más vital del misticismo español». Sin embargo, señala que «debido a la combinación de estas tres culturas, se convirtió en un artista tan individual que no pertenece a ninguna escuela convencional, sino que es un genio solitario de una fuerza emocional y una imaginación sin precedentes».
 
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zquierda: Retrato del hijo del artista Jorge Manuel Theotocópuli, 1600-1605, Museo de Bellas Artes de Sevilla; Derecha: Fray Hortensio Félix Paravicino, 1609, Museo de Bellas Artes de Boston
 
El legado de un artista universal
 
A pesar de ser muy apreciado -aunque no universalmente- en su época, especialmente en Toledo, Theotokópoulos fue generalmente ignorado por las generaciones siguientes, ya que el manierismo pasó de moda. Su estilo no atraía a los artistas y comentaristas de arte del Barroco, que percibían sus originales composiciones y figuras alargadas como excéntricas o incluso ridículas.
 
El redescubrimiento de la obra de El Greco comenzó a principios del siglo XIX, gracias a la galería de pintura española del rey Luis Felipe en el Louvre y al auge del movimiento romántico. Los románticos, entusiasmados por lo fantástico y lo extremo, quedaron fascinados por El Greco, especialmente por lo que el famoso escritor Théophile Gautier describió como «una energía depravada, una fuerza malsana que traiciona al gran pintor y la locura del genio». En 1867, el crítico de arte Paul Lefort proclamaría a Theotokópoulos fundador de «la Escuela Española».
 
Sin embargo, no fue hasta principios del siglo XX cuando se produjo una verdadera revalorización de la obra del Greco, gracias en gran parte a los historiadores del arte Manuel Bartolomé Cossío y Julius Meier-Graefe. Este último escribió sobre Theotokópoulos que «todas las generaciones que le siguen viven en su reino». En 1910 se fundó en Toledo el Museo del Greco.
 
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Firma de Domenikos Theotokopoulos, con la leyenda «Δομήνικος Θεοτοκόπουλος εποίη». [Doménikos Theotokópoulos hizo esto] (detalle de San Andrés y San Francisco), 1595-1598, Museo del Prado, Madrid
 
El carácter dramático y trascendental de sus cuadros y la percepción subjetiva de la realidad en la obra de El Greco le confieren una cualidad radical que afectó e inspiró profundamente a los artistas modernistas. Varios historiadores y críticos de arte han identificado una conexión directa entre Theotokópoulos y Paul Cézanne, postimpresionista y precursor del cubismo.
 
Otro artista (y pionero del cubismo) cuyas obras demuestran una fuerte y continua influencia de El Greco es Pablo Picasso. Esto puede verse no sólo en su serie de «paráfrasis» (donde rinde homenaje a varios artistas anteriores) sino también en algunas de sus composiciones más famosas, como Les Demoiselles d’Avignon (1907), así como en declaraciones del famoso artista catalán.
 
Como señala la historiadora del arte Ephi Foundoulaki, desde su redescubrimiento por los románticos, la obra de El Greco «se convirtió en la preciosa herramienta de un nuevo enfoque del arte moderno, actuando como ‘agente revelador'» para impresionistas, simbolistas, modernistas y expresionistas. Foundoulaki añade que, desde el siglo XX, su obra «compleja, diversa, singular y contradictoria, se abre a varias interpretaciones. La deformación de la figura humana, […] los valores contrastados del color y de la forma […], el fuerte ritmo de las líneas quebradas, son algunos de los elementos formales que los pintores modernos han detectado en su obra y han adoptado a menudo, considerándolo un pintor «moderno» e invitándolo a formar parte de la discusión sobre el arte de su tiempo. Así se va configurando la universalidad del arte de El Greco».
 
Texto original en inglés vía Greek News Agenda
Trad.: C. P.
 
 

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